8 de julio de 2011

Directo a su conciencia

Por tu misericordia.

Efesios2:4-5 Pero Dios, que es rico en misericordia, por su gran amor con que nos amó, aun estando nosotros muertos en pecados, nos dio vida juntamente con Cristo (por gracia sois salvos), 

En este texto bíblico  tenemos una de las más claras evidencias de la manifestación de la misericordia de Dios a favor de los hombres. Es Dios el  que por su misericordia salva a las personas  y no la persona misma.
En términos teológicos misericordia es no recibir lo que merecen nuestros actos pecaminosos, en otras palabras podríamos decir que misericordia es una sensibilidad al dolor de otros que, a su vez produce un deseo de aportar alivio al afligido aunque este no lo merezca. No cabe duda de que esta descripción refleja el carácter de nuestro Dios, pues la misericordia tiene que ver con un corazón compasivo, bondadoso y tierno. No mide si la otra persona es merecedora de nuestro socorro, sino que se da a sí mismo por el bien del otro de la manera que Dios dio a su hijo Jesucristo por nosotros.
Esta actitud espiritual solamente puede ser adquirida al entrar en intimidad con Dios mismo. La cercanía a su persona, no solamente nos permite apreciar y agradecer la misericordia de Dios hacia nosotros, sino que comienza a contagiarnos del mismo sentir que Dios tiene hacia las personas. El Señor Jesucristo cuando veía las personas tenía compasión de ellas porque estaban desamparadas y dispersas como ovejas que no tienen pastor. (Mateo 9.36)  Ya no juzgamos con dureza a aquellos que están en situaciones difíciles, condenándolos porque vemos en sus vidas las claras consecuencias del pecado. Sino que más bien, comenzamos a comprender que son personas atrapadas en un sistema maligno, enceguecidas por las tinieblas de este mundo, que necesitan con desesperación que alguien se les acerque para indicarles el camino hacia la luz y la vida, a través del arrepentimiento y la fe en el Señor  Jesucristo.
Lamentablemente tenemos que  señalar que la expresión de la misericordia muchas veces escandaliza a aquellos que pretenden ser los auténticos defensores de todo lo que es bueno y justo; un claro ejemplo de esto lo tenemos con  los fariseos, que  no mostraron una pizca de misericordia hacia la mujer sorprendida en adulterio (Jn 8). Lejos de desear que fuera librada del lazo en el que había caído, la trajeron a Jesús buscando la aprobación para su condenación, en lugar del deseo de su restauración y perdón. Jesús en ningún momento, aprobó la práctica del adulterio, él le dijo a la mujer,  vete y no peques mas, sin embargo, demostró compasión y misericordia al decirle que no la condenaba, aunque era digna de condenación.
De la misma manera, Simón el fariseo se mostró horrorizado al ver que el Maestro permitiera que una mujer pecadora tocara a Jesús (Lc 7). ¡Un fariseo jamás hubiera tenido contacto con esta clase de personas ya que ellos se consideraban los súper santos !Jesús, no obstante le extendió su bondadosa compasión y fue literalmente transformada en otra persona. En esa ocasión Jesús enseño que «el que mucho ama, es porque mucho se le ha perdonado» confirmando que la misericordia nace al reconocer y comprender la gran misericordia que hemos recibido de Dios a través de su hijo Jesucristo.
El principio es claro: al creer en Jesucristo como el único y suficiente medio de salvación, venimos a ser parte del reino de Dios. Pero una vez que hemos sido integrados a él, es inadmisible que no tengamos la misma actitud de misericordia hacia los demás, que se nos ha concedido a nosotros. Recordemos siempre, que Por la misericordia de Jehová no hemos sido consumidos, porque nunca decayeron sus misericordias. Nuevas son cada mañana; grande es su fidelidad. (Lam 3:22-23.) Bienaventurados los misericordiosos porque ellos alcanzaran misericordia. (Mt 5.7)

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