11 de enero de 2011

Directo a su conciencia

NUESTRA MISERABLE CONDICIÓN

¡Miserable de mí! ¿quién me librará de este                                                                                         cuerpo de muerte? Rom 7:24
El pecado no sólo nos separa y nos aparta de la relación con Dios: nos esclaviza, y nos condena al infierno. Por esta razón necesitamos examinar la naturaleza interna del pecado. Pecado no es solamente un acto o hábito desafortunado y externo.
La Biblia enseña que es una corrupción alojada en las profundidades de nuestro ser. Lo que se llama "pecado original" es una tendencia o predisposición hacia el egocentrismo, tendencia que heredamos y que está arraigada en lo profundo de nuestra personalidad y que se manifiesta de mil modos perversos, porque el pecado es como una infección alojada en lo mas profundo de nuestra naturaleza, es decir esta en la raíz misma de nuestra personalidad, controlando el EGO. Por eso todo pecado que cometemos es una manifestación de nuestro Yo en contra de la autoridad  suprema, a esta naturaleza corrompida el apóstol Pablo la llamó "Las obras de la carne, es decir el producto de nuestra naturaleza pecaminosa" de la cual trazó un impresionante inventario que deja al descubierto lo que realmente somos  "Porque manifiestas son las obras de la carne que son: adulterios, fornicaciones, inmundicia, cosas impuras, idolatría, hechicerías, enemistades, pleitos, celos, ira, contiendas, disensiones, herejías, envidias, homicidios, borracheras, orgías, y cosas semejantes a éstas acerca de las cuales os amonesto, que los que practican tales cosas no heredaran el reino de Dios” (Gálatas 5:19-21).
Este impresionante inventario de la corrupción humana está profusamente ilustrado en las páginas de todos los diarios y en las pantallas de todos nuestros televisores. Porque el pecado es una corrupción profunda de nuestra naturaleza. La Biblia describe al hombre sin Cristo como esclavo  y lo que en realidad  nos esclaviza no son ciertos hábitos o acciones en sí, sino más bien la infección de la cual ellos emanan, es decir nuestro perverso corazón.  (Jeremías 17:9)
Jesucristo se lo declaró abiertamente a los fariseos cuando estos protestaron porque los había llamado esclavos. Jesús les dijo: "En verdad les digo que todo el que comete pecado es esclavo del pecado (Juan 8:34)  Todos nuestros conflictos personales, sociales, familiares, o internacionales, ponen de manifiesto que la verdadera causa de todos estos problemas es nuestra corrupción pecaminosa. Porque de dentro, del corazón de los hombres, salen los malos pensamientos, los adulterios, las fornicaciones, los homicidios,  los hurtos, las avaricias, las maldades, el engaño, la lascivia, la envidia, la maledicencia, la soberbia, la insensatez. (Marcos 7 : 21-23 )
El pecado nos separa de Dios, nos mete en conflicto unos contra otros. El pecado es posesivo, es todo lo contrario al amor, el centro del pecado es el Yo, el deseo de obtener, cosas materiales, placer, reconocimiento, aprobación, estatus, independencia, control. Mientras que el del  amor es el deseo de dar y servir de manera desinteresada para honrar al creador, tal como lo hizo Cristo. La presencia del pecado en nuestra vida, examinado a la luz de la palabra de Dios, nos muestra la necesidad que tenemos de Jesucristo. Necesitamos un cambio radical de nuestra naturaleza, pero esto no lo podemos realizar por nosotros mismos, necesitamos un Salvador.
La fe verdadera nace de examinar nuestra vida a la luz de la palabra de Dios, a su luz podemos ver nuestra lamentable condición, y comprender nuestra necesidad de Jesucristo, porque para tener confianza en Jesucristo tenemos que desilusionarnos de nosotros mismos, porque solo los que están enfermos necesitan de médico, solamente cuando se comprende  que el pecado es la causa de todas nuestras desgracias, podremos admitir la urgente necesidad de nuestra curación en Jesucristo.
 La educación del intelecto no es suficiente si no hay un cambio en el corazón, tenemos grandes ideales, pero somos débiles y estamos encadenados a la prisión de nuestros egoísmos. No importa cuanto nos jactemos de nuestra libertad, en realidad somos esclavos  de nuestra naturaleza pecaminosa.
 por eso necesitamos de la libertad que sólo Jesucristo pude darnos.  El murió en la cruz   y resucito, no solamente para pagar la deuda de nuestro pecados, sino también para darnos una nueva naturaleza  y liberarnos de la esclavitud del pecado.  El dijo: conoceréis la verdad y la verdad os hará libres; a si que, si el hijo os libertare, seréis verdaderamente libres. Juan  8:32-36  Porque la ley del Espíritu de vida en Cristo Jesús me ha librado de la ley del pecado y de la muerte. Rom 8:2. Siendo renacidos  no de simiente corruptible, sino de simiente incorruptible , por la palabra de Dios que vive y permanece para siempre  1Pedro  1:23
Bendiciones:

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